Hace un tiempo leí un artículo de Antonio Muñoz Molina en el que detallaba algunos cambios que hacía inevitablemente en su vida diaria cuando volvía de Nueva York a Madrid. El lo llamaba ajustes menores del regreso.
En estos días en el que vuelvo a Sevilla después de un tiempo en Gijón, me acuerdo de ese artículo cuando me tropiezo con pequeñas cosas cotidianas que han cambiado para mi.
Ir a correr y no preocuparme por coger un chubasquero o una sudadera.
No poder plantearme salir a montar en bici a las 3 de la tarde. Ahora solo se puede estar en casa.
Salir a tomar tapas y no raciones o menús.
El precio de casi cualquier cosa, que es mucho más barato.
El sonido de las calles con sitios donde el estruendo de la gente hablando al que todavía no me he habituado.
Que todos los vecinos saluden sin excepción con un buenos días.
Pasear por el centro y encontrarse a gente conocida que se para a charlar.
La suciedad de las calles en todos los aspectos: polvo, basura…
Que el teléfono suene para quedar en una hora.
El ruido de las calles por la noche.
El olor característico del parque de al lado de casa con la humedad característica de Sevilla.
La impaciencia de los sevillanos, que en algunos aspectos es buena porque en cualquier bar o tienda te atienden sin demorarse un segundo.
Todo el mundo hablando de la cosa: que malita está la cosa, ponme de lo otro que la cosa está muy mala, ojú como la cosa no mejore.
Que sea 9 de Octubre y a las ocho y media de la tarde estemos a 32º.